nada es                cada ser,           tiene su

mas ni menos       por chiquito       derecho

esencial                que sea             a existir



La vida/Jaikus Sudamerikanos/
Haijin: Sara Masteralto/
Haiga: Joan Masteralto

No hay quien entienda el poder de las mamitas (pero cuando estan de buenas...)















Salí a compraruna libra de tomates a esa estrecha calle que por un par de cuadras toma la definición de mercado en el pueblo de Yotalla, Sucre, Bolivia.
La mamita estaba tan de buenas que me aumentó un par de rocotos y un pimiento de buen tamaño.
Pero ahí, precisamente, no terminó aquella ñapita, aumentito, Señora Yapa de Yotalla.
“Gringo, gringo”, me llamó a grandes voces una caserita de una tienda cercana, mientras extendía sonriente una bolsa con una libra de harina a modo de ofrecimiento.
Traté de explicarle que no la necesitaba, al menos no en ese momento, con la desconfianza propia de quienes sabemos que, a veces, las caseras bolivianas, como dice la María: “te cagan
o te cagan”.
Pero ella insistió que me la llevara nomás, haciendo ese gesto con la mano que algunas veces quiere decir “fuera” y otras “no hay”, pero que en este caso parecía traducirse en: “lleve, lleve, gringo”.
“Gringo, gringo”, llamó otra cholita en medio de una risa general.
Me regaló un par de yucas.
Y así fue como, a la voz de “gringo, gringo”, terminé rumbo a la casa con un mercadazo que apenas me
cabía entre los brazos, alegremente imbuido en esa sana hilaridad que cargan las mamitas.
Se especuló con que estaban enamoradas de mí, con que habían quedado impresionadas con aquellos enormes wairurus-protección que mi hermano Joaquín me había regalado aquel bendito día en que
finalmente me había decidído a lanzarme al Camino.
Se especuló con que sabían que estábamos en la casa de Charo, jujeña, vieja artesana de la zona, o que era amigo de Silvia, cordobesa, vieja artesana de la zona, madre y líder social. Se especuló con mi energía, la de Domingo Quispe, el calendario maya y hasta el horóscopo chino.
Pero la verdad verdad, purita verda, es que no hay quien pueda entender el humor de las mamitas
(pero cuando están de buenas…)

Texto: Tomás Astelarra
Ilustración: Julia Laro

El Paisa del Submarino Amarillo

Dicen que había un paisa que cargaba las maletas y vendía perros calientes en el submarino amarillo de los Beatles.
Ahora vive en una casa amarilla en San Agustín.
A veces lo visita Ringo.

De Andanzasenabarcas de Tomás Astelarra
Dibujo: Fermin Kolor
















Sin Pasaportes
Noel Saltafronteras
desiertos cruza

Ganas de amar
lejos de las mentiras
madeingringotours

Amigosmundos
en cada rincónpueblo
de la tierra hay
JumLucho/Jaikus Sudamerikanos/
Haijin: Sara Masteralto/
Haiga: Fernanda A./

ANDANZASENABARCAS (ADELANTO)

Creemos, y después de este viaje más firmemente que antes, que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia.

Ernesto Che Guevara, Diarios de Viaje

Porque esas rayas no existen si no que fueron trazadas,
para que mi hambre y la tuya estén siempre separadas,

para que tu alma y la mia esten siempre separadas.

Aníbal Nazoa y Juan Carlos Nuñez, Punto y Raya

Señor director ahora si tengo una idea fenomenal,
imagínese un couple en una comisaría.

Araca la Cana, Como Dicta el Corazón


Ni top ni ranking
Las fronteras del poder
I El Chino encanta gendarmes


La Guacha iba a toda velocidad por la ruta 3. La tripulación era abultada. Compitiendo con los camioneros, o más bien concientes de lo arduo que puede ser extender el dedo en aquellos desérticos parajes, habíamos levantado a Ariel y Pablo, dos jóvenes de Ramos Mejía que iban a Usuahia en busca de empleo. Y también a Don Prudencio, un campesino de cincuenta o sesenta años que, en su silencio, poco explicó acerca de su ir y venir.


Los tres, por una u otra razón, reían felices y bamboleantes, sentados sobre el cofrecama del fondo, observando aquel mágico deambular de seres y enseres. Después de recorrer todo Río Gallegos en busca de un repuesto de cubierta barato, finalmente habíamos encarado rumbo al sur, hacia la frontera con Chile, deseosos de alcanzar antes del atardecer el trasbordador del paso de San Sebastián rumbo a Tierra del Fuego.


La discusión, además de algunos datos de rigor sobre el culis mundis, giraba en torno al porro, aquellas deliciosas flores que nos había regalado Gerardito en Punta Norte y que aún resistían gracias a un estricto racionamiento de mi parte. Quería terminar de fumármelas viendo el estrecho de Magallanes, pero Nachi insistía en que era peligroso cargar con ellas a la hora de atravesar una frontera.


Quedaba para un buen troncho y pegaban que daba miedo. Aún así, mascullando la bronca de haberlas escatimado durante tanto tiempo para tener que fumármelas de sopetón, finalmente entre en razón y le dimos candela.


Don Prudencio se abstuvo, pero el resto rotamos el sagrado humo mientras El Chino atacaba el estéreo con una tanda de heavy metaaaaal. Regalamos la tuca a la Pachamama cinco o seis kilómetros antes de la aduana, migración, control policial.


Menos mal. Aquella escena no era esperada ni acostumbrada para aquellos gendarmes. Y dicen sus manuales, que todo lo raro es peligroso.


-Quiere decir que en cierta forma hemos estado conspirando todo este tiempo.
-En cierta forma no, en todas, el arte es una entera conspiración.

Dialogo entre Oreste y el Principe Patagon en Mascaró, El Cazador Americano.



Empuñando malos modales, armas recortadas y un agresivo e intimidante perro guardián, desnudaron La Guacha violentando sus partes más íntimas, destrozando algunos carteles de El Chino y poniendo en aviso a las cartas de truco, que jamás volvieron a tener la soltura que las caracterizó hasta aquella frontera. Don Prudencio desapareció misteriosamente y Ariel y Pablo optaron por aceptar sin vacilaciones la exigente requisa de aquellos matones.

En vano intentaba yo ejercer mis dones de chamullero profesional. El capitán Nachi, optó por la indignación clamando que el conocía muchos abogados. El Emi-Oreste, que para ese entonces se desentendía formalmente de su profesión, como si nunca hubiera sido testigo de la mano negra que sostiene el sistema judicial al que él alguna vez había reverenciado, optó por permanecer inmóvil, pálido, tan pálido como un fantasma en medio un verde campo de aires marihuaneros.


Fue un brutal golpe de realidad que, con el afán de hacer leña del árbol caído, remató la burocracia sosteniendo en alto la leypapel que decía que La Guacha estaba a nombre de todos los integrantes de la banda original y que, por ende, con el Dani en Buenos Aires, nuestra camioneta no podía salir del país sin un permiso, salvoconducto o poder firmado.


“Que cosa que de repente se me ha ido el suelo y esta el vacío esperándome, nada me puede me atajar, nada firme adelante mío. No es me caiga, se me ha ido el sueño y lo voy a seguir”, canta Juan Quinteros. “Desparejo es el camino, hoy ando senderos ásperos, piso la espina que hiere, pero mi huella esta abajo”, recuerda Don Ata.



La escena era realmente deprimente. Todos nuestros mágicos arteartilugios dispersos por el cemento y la tierra de aquella triste construcción, frontera del fin del mundo. Los colchones acumulando polvo, las novelas, cuadernos de poesías, bitácoras y demás elucubraciones viajeras corriendo despavoridas por el desierto; el perro mirándonos con cara de culpa y los gendarmes, concientes de su arrebato, poniendo expresión de pocos amigos para evitar cualquier desagravio; Ariel y Pablo sentados al margen del camino, tontos de tanto porro, violencia y sol recalcitrante; yo, demasiado lejos del Príncipe Patagón, demasiado desilusionado o desalentado, defraudado, decepcionado o desencantado como para invocar su arte y figura, terminé más bien rastreando por teléfono un escribano amigo para que recibiera al Dani, que tras el llamado de Nachi, había dejado el laburo para correr a su casa en busca del documento que le permitiera firmar el poder que debía enviar por fax en menos de cuatro horas para dejar a La Guacha atravesar aquella terrible frontera en el tiempo estipulado para el cierre de aduana.

El Chino-Cafuné, por supuesto, como siempre, había desaparecido misteriosamente, y en medio de una angustiosa paranoia canábica, el Emi no paraba de taladrarme la cabeza preguntándome por él. “Lo metieron en cana, lo metieron en cana”, insistía sobre mi oído izquierdo mientras yo esperaba con impaciencia detrás del mostrador de aquel infernal reducto migrapolicial a la espera de que alguien me habilitara el fax para enviar todo aquel abultado papelerío, documentación, dizque trámite o ley.


Fue entonces cuando lo vimos. Cruzaba escoltado por dos gendarmes de una puerta a otra del edificio. “Lo metieron en cana, lo metieron en cana”, insistía ahora a los gritos el Emi, ya sin nada de Oreste, con la pasión de una manada de bondis atascados en Plaza Italia.

No se puede creer, pensé. ¿Dónde estás Príncipe Patagón? Llegar hasta acá para esto ¿Dónde había quedado aquella comedia, aquel andar principesco, aquel Camino que iba a hacer todo lo posible por protegernos?


“Fray Xoseba Gabilondo predica la necesidad de adaptación al mundo exterior. Yo prefiero predicar la resistencia a los adaptados”, dice el Libro de Doctrina y Comportamiento de Fray Julio Ignacio Gomez de Oro y Saavedra citado por Mempo Giardinelli en Final de Novela en Patagonia. “Han dicho: es imposible. Y con esas palabras se dejaron vencer. Dijeron: es una locura y con eso justificaron la cobardía. Aseguraron: los tiempos no lo permiten. Y adaptándose a la realidad renunciaron a la imaginación. Pero hay almas que no caben en el cuerpo. Y dijeron: se puede”, gritaba enfervorizado por las calles de Buenos Aires el Guillo De Posfay. “Se puede aprovechar subversivamente la lógica intrínseca de un sistema”, afirma Bernhard Porksen en libro de Humberto Maturana. “Es necesario llevar en si mismo un caos para poner en el mundo una estrella danzante”, habían anticipado las paredes del mayo francés.


Fue entonces cuando lo volvimos a ver. El Chino-Cafuné venía alegre hacia nosotros entre acaloradas charlas con un oficial de alto rango.

-¿Estos son tus amigos? - le preguntó sonriente, afable, casi tierno, el cana a nuestro amigo.

-A ver, ustedes, muévanse. Pero eee, a ver si se ceban unos mates para la muchachada - le ordenó a sus lugartenientes.

-¿Cómo es ese problemita que tienen? - nos preguntó a nosotros.




“Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterra¬do en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda”, le explicaba Don Juan a Castañeda.


Si hacía falta algo para demostrar los dones de aquel magoduende a la hora de desaferrar mentes y situaciones, aquel incidente cumplió su objetivo. Nuestro ángel del Camino había encantado a aquel capitán, coronel, subcomandante, o quién sabe que mierda, con un par de caricaturas y retratos, amen de dos o tres comentarios locuaces sobre nuestro transhumante y principesco devenir. Así nomás, con apenas un par de inocentes pases mágicos, había volteado la completa estructura de nuestros conquistadores geográficos, físicos, psíquicos y espirituales. Como El Tío atravesando fronteras o Don Lucho tejiendo ruiditos de ultratumba, el Peluca y su bosque disperso, los juegos de ingenio de El Loco, los callejeros andares o la vagancia educativa de Starky y Mateo el Rata.

En menos de lo que canta un gallo, o un escribano manda por fax un documento, después de unos ricos mates con medialunas y las bombachitas y demás enseres de La Guacha ordenaditas y pulcras en su lugar de origen, despedidos con abrazos y cálidos deseos de buen viaje, pegamos un chiflido para convocar a Ariel y Pablo y ponernos en marcha rumbo al fin del mundo.



PD: Don Prudencio, por alguna extraña razón, había desaparecido, sospechamos, con ese sabio pragmatismo papacho, inserto en la cabina de alguna de todos esos camiones que a lo largo de la tarde, después de algunas desoladas miradas, siguieron de largo mientras el destino nos jugaba aquella pesada broma.



Texto: Tomás Astelarra.
Ilustración: Ignatz B.